martes, 10 de enero de 2012

Libia: llegada del nuevo colonialismo


por Manlio Dinucci

En el pasado, el imperialismo italiano decía «traer la civilización». Hoy en día, el colonialismo de la OTAN afirma «traer la democracia». En definitiva, cien años después de la primera guerra de Libia, todo sigue igual. Ninguna enseñanza se ha sacado de las masacres del pasado, Occidente sigue mintiéndose a sí mismo para apoderarse del país que ambiciona. Mientras tanto, sigue corriendo la sangre.
RED VOLTAIRE | ROMA (ITALIA) 
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Mussolini, liberador de Libia
El 5 de octubre de 1911, después de dos días de bombardeo naval, el primer contingente italiano desembarcó en Trípoli dando comienzo así a la ocupación colonial de Libia, ocupación –continuada y acentuada por el fascismo– que duraría 30 largos años. ¿Se trata acaso de una página histórica ya superada? ¿Existe alguna analogía entre la primera guerra de Libia y la actual? Si bien es cierto que muchas cosas han cambiado a largo de un siglo, también es un hecho que los engranajes de la guerra siguen siendo esencialmente los mismos.

Detrás de la guerra… los intereses

A principios del siglo XX, Italia, que a raíz de la derrota de Adua (1896) había quedado como potencia colonial de segunda categoría con las posesiones de Eritrea y Somalia, reactivó su política expansionista: el objetivo era la conquista de Libia, que formaba parte del Imperio Otomano, ya por entonces en proceso de descomposición. Influían en ese sentido los círculos dominantes financieros, industriales y agrarios, deseosos de penetrar en el norte de África, y también los fabricantes de armas, que añoraban una guerra que aumentara sus ganancias.
La conquista comenzó con una estrategia económica agresiva que el gobierno aplicaba a través del Banco di Roma, poderosa institución financiera vinculada a los círculos del Vaticano y los católicos. Mediante grandes montos de capitales y fuertes contribuciones gubernamentales, comenzó a penetrar en Libia en 1907, abriendo sucursales, bancos de préstamos y agencias comerciales. Logró penetrar el sector agrícola mediante la compra de terrenos y la implantación de un gran establecimiento agrícola y ganadero cerca de Benghazi, así como de un enorme molino en Trípoli, y promovió la prospección minera. En 3 años logró hacer negocios por 240 millones de liras. Aquello suscitó la creciente hostilidad de las autoridades turcas. Italia respondió declarando la guerra a Turquía, a pesar de que esta última estaba muy dispuesta a hacer grandes concesiones.
Hoy en día, para las élites económicas y financieras de Europa y Estados Unidos, Libia es mucho más importante aún. Debajo ese «gran montón de arena» se encuentran las mayores reservas de petróleo de toda África, inestimables debido a la gran calidad de ese petróleo y a su bajo costo de extracción, enormes reservas de gas natural y la inmensa reserva de agua del manto nubio, más valiosa incluso que el propio petróleo. Libia es además el país que ha logrado el mayor nivel de desarrollo económico en todo el continente africano y dispone de grandes capitales invertidos en numerosos países.
Fueron esencialmente Gran Bretaña y Estados Unidos los países que lograron apoderarse de esos recursos en 1951 cuando Libia obtuvo la independencia, manteniéndose sin embargo dependiente del colonialismo, que había adoptado nuevas formas de expresión. Aquella situación llegó a su fin, en 1969, cuando los «oficiales libres» de Muammar el Kadhafi abolieron la monarquía del rey Idris, instrumento de la dominación neocolonial, y fundaron la república, nacionalizando las propiedades de la British Petroleum y obligando a las compañías petroleras a pagar al Estado libio cuotas mucho más elevadas sobre los dividendos que obtenían.
Pero en este momento, la guerra ha modificado todo esto.

Preparando a la opinión pública

Hace un siglo, la guerra por la ocupación de Libia se preparó y se acompañó con una constante propaganda, remachada y aplicada por todos los grandes periódicos, sobre todos los católicos, vinculados al Banco de Roma. Se propagó un verdadero delirio bélico, al extremo que en los espectáculos de los cafés cantantes se coreaba la siguiente melodía:
«¡Trípoli, hermosa tierra del amor, que a ti llegue mi canción!
¡Que flote sobre tus torres la bandera tricolor con el tronar del cañón!
Navega, oh acorazado. Propicio es el viento y dulce la estación.
¡Trípoli, tierra encantada, serás italiana con el tronar del cañón!»
La motivación conductora afirmaba que Italia, nación civilizada, tenía que liberar Libia de la bárbara dominación turca, abriéndole así el camino al desarrollo político y económico. En realidad, los libios ya habían conquistado por entonces numerosos derechos cívicos, derechos que los italianos abolieron al ocupar el país.
Sobrestimando su propia fuerza y creyendo que Giolitti [primer ministro liberal. NdT.] no se atrevería a embarcar a Italia en una aventura colonial, el Partido Socialista se mantuvo esencialmente pasivo. Sólo en el último momento, bajo la presión de los círculos obreros y de la juventud, la dirección del PSI proclamó una huelga general, el 27 de septiembre de 1911. Recomendó, sin embargo, que dicha huelga fuese «digna y pausada». En realidad, hacía ya mucho tiempo que notorios representantes de los socialistas italianos se habían convertido en elementos de apoyo del colonialismo. Giovanni Pascoli [Célebre poeta de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. NdT.] escribía en aquel entonces:«La aspiración de la expansión colonial no está en contradicción con el socialismo.» Ya después del comienzo de la guerra de conquista contra Libia, el propio Pascoli anunciaba: «la gran proletaria se ha puesto en marcha» para dar trabajo a sus hijos, para «contribuir a humanizar y a civilizar pueblos».
Lo anterior era un anuncio precoz del concepto de«guerra humanitaria» que hoy se utiliza para remachar la propaganda mediática a favor de la actual agresión contra Libia. El supuesto motivo sigue siendo la liberación del pueblo libio, en este caso no de la bárbara dominación turca sino del yugo del dictador Kadhafi, para abrirle el camino hacia el desarrollo político y económico con ayuda del trabajo italiano. Y hoy en día, mucho más que en 1911, tenemos una «izquierda» que respalda la guerra. Y tenemos también un secretario del PD (Partito democratico) que afirma: «El artículo 11 de la Constitución repudia la guerra como solución de las controversias internacionales, pero no repudia el uso de la fuerza por razones de justicia.»
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Cameron y Sarkozy, liberadores de Libia

Agresión y resistencia

Fue larga la preparación de la guerra de 1911. Agentes secretos se infiltraron en Libia encargados de cumplir una doble misión: recoger información militar y reclutar jefes árabes dispuestos a colaborar. Cuando se tomó la decisión de emprender el ataque, Italia utilizó su aplastante supremacía militar. Más de 20 acorazados y otros navíos de guerra bombardearon Trípoli sin exponerse a sufrir el menor daño ya que sus cañones tenían un alcance muy superior al de los viejos cañones que defendían la ciudad. También se recurrió a la aviación y el 1º de noviembre tuvo lugar en Libia el primer bombardeo aéreo de la historia mundial.
Sin embargo, una revuelta popular estalló inmediatamente después del comienzo del desembarco del cuerpo expedicionario italiano, que contaba con 100 000 hombres, y varios soldados italianos resultaron muertos. Los italianos desencadenaron entonces una verdadera cacería contra los árabes. En 3 días, cerca de 4 500 árabes fueron fusilados o ahorcados, entre ellos 400 mujeres y numerosos niños. Miles fueron deportados a la isla italiana de Ustica y a otras islas, donde casi todos murieron a causa del agotamiento o de diferentes enfermedades. Comenzaba así la historia de la resistencia libia.
En 1930, cerca de 100 000 habitantes del altiplano de Cirenaica fueron deportados por orden de Mussolini y encerrados en unos 15 campos de concentración a lo largo de la costa [libia].
En el exterminio de las poblaciones rebeldes, la aviación [italiana] recurrió también al uso de bombas de iperita [Más conocida bajo el nombre de gas mostaza. NdT.], ya prohibidas en aquel entonces por el reciente Protocolo de Ginebra de 1925. Para la aviación de Mussolini, Libia representó lo mismo que Guernica, en España, para la Lufwaffe de Hitler: un polígono de ensayo para las armas y técnicas de guerra de aquella época.
En 1931, para aislar a los guerrilleros de Omar al-Mukhtar, el general Graziani construyó en la frontera entre Cirenaica y Egipto una barrera de 270 kilómetros de alambre de púas y varios metros de altura vigilada por aviones y patrullas motorizadas. Omar al-Mukhtar, que ya tenía más de 70 años, fue capturado y ahorcado, el 16 de septiembre de 1931, en el campo de concentración de Soluch en presencia de 20,000 prisioneros.
Existen similitudes muy significativas con la actual guerra. Esta última comenzó por la infiltración de agentes secretos y el reclutamiento de jefes árabes dispuestos a colaborar. También se caracteriza por una abrumadora superioridad militar: desde el 19 de marzo, las fuerzas aéreas USA/OTAN, en las que se incluye la aviación italiana, han realizado más de 10,000 misiones de ataque en las que han lanzado unas 40 000 bombas, destruyendo más 5 000 blancos sin sufrir ninguna baja. Y el objetivo de la guerra sigue siendo la ocupación de un país cuya posición geoestratégica, entre el Mediterráneo, África y el Medio Oriente, es de primera importancia, sobre todo para Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, países que con el fin de la monarquía del rey Idris perdieron las bases militares que este les había concedido en Libia y que ahora pretenden recobrar. Queda por ver, sin embargo, cómo reaccionará el pueblo libio ante lo que se perfila como una nueva ocupación de carácter neocolonial.
¿Quién sabe si el presidente [de Italia] Napolitano –convencido de que Italia, hoy firme guardiana de la paz, ha dejado atrás los oscuros años del belicismo fascista– celebrará también, después del aniversario 150 de la unidad nacional, el centenario de la primera guerra de Libia? Eso permitiría quizás entender no tanto lo que fue la Italia de aquella época, sino qué es la Italia de hoy.

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